Yo tenía 25 años cuando me diagnosticaron el VIH (en aquella época me sentía mayor). Yo vivía mucho en la noche, las drogas, creyendo ser grande para comerme el mundo y en realidad era un niño que buscaba desesperadamente amor…
Supe exactamente cuando me infecté; no fue una noche especial, nada que hubiera salido de la rutina del mundo de la noche: Beber, drogarse, ligar… Pero esta vez algo fue distinto. Lo sentí dentro de mí. Después de haberme entregado a un hombre desconocido, como lo hubiera hecho otras veces. Un presentimiento me invadió. No puedo explicar el por qué. Pero mi pensamiento fue: “Ya esta aquí.”
A los pocos meses después de haberme hecho unos análisis rutinarios. Me llamaron por teléfono de mi centro médico, yo estaba con un amigo, querían repetir los análisis, decían. Yo lo sabía todo. Cuando el médico me vio estaba más nervioso que yo. ¿Cómo me lo comunicaba? Yo era un niño… Vinieron enfermeras.. Yo les dije: “Doctor no se preocupe, hable con tranquilidad. Lo sé todo”. Los nervios se calmaron para todos y empezó a hablar y a dar ánimos. Yo le dije al medico: “Ningún hombre ha podido nunca conmigo, tampoco podrá este bichito. Yo le venceré”. Y salí todo digno de la consulta. Fue la primera vez en mi vida que dejé de ser niño.
Cuando salí de la consulta y me encontré ya en el exterior. Algo había ya cambiado en las calles, el cielo, la gente iba y venía, hablaban. Para mí eran solo voces. El cuerpo me pesaba. El alma estaba tan llena de dolor: miedo, angustia… Pesaba… Pesaba mucho. Las rodillas se doblaban, no sostenían el peso. Y allí, sujeto en una farola y sostenido por mi amigo, quería gritar. Gritaba con todas mis fuerzas para poder liberarme tan solo de algo que me permitiera respirar. Pero pesaba todo demasiado: Me ahogo… Me ahogo… ¡¡Me muero!
Y si. Algo se moría. Pero para poder nacer algo mucho más hermoso. Mi propio ser. Ahora me tocaba, por primera vez en mi vida, ser yo. A mí el VIH me ha salvado la vida…